LOLI...
Los perros en Córdoba son parte de la población local. Están siempre sueltos, no están perdidos, saben donde están; descansando a la sombra de los árboles, mirando a los que pasan sabiendo quienes son. A la noche, cuando vuelven los caballos de paseo, empieza un dialogo entre los perros más próximos, a los que se van sumando los que están más lejos; Loli también forma parte de esos "coloquios nocturnos". Es una labrador con los ojos más dulces como jamás vi, en un cuerpo dorado como el sol y de una imponencia que da miedo, pero inmediatamente se acerca a uno con tanto cariño y con esa mirada tierna en los ojos, que te compra el alma. Tiene dueño, pero es de todos. Nos conoce y nos acompaña. Hace tres años que la conozco; nos vemos en enero, pero apenas llego sale corriendo a saludarme como si no hubiese pasado todo un año. Me acompaña en el desayuno y nos saludamos al irnos a dormir; está conmigo mientras cocino, leo o descanso abajo de los árboles. Por todo pago, lo único que pide son incansables cariñitos en la panza; parece mentira que semejante cuerpo pueda hacer contorsiones como si fuera un caniche-toy.
Acostumbra entrar a nuestra casa saltando por la ligustrina, pero su pancita prominente aveces le dificultaba el salto por lo cual, una noche la acompañé a la casa por la calle; cuando vuelvo a mi casa, la encuentro sentada en el pasto esperándome: fue como para morirme de amor.
Ella es el ejemplo de la lealtad en los perros. Contó su dueño, que vive en la casa de al lado, que una vez alguien trato de acercarse al auto de un turista que estaba ocupando la casita que usualmente alquilamos nosotros; ella apenas escuchó el ruido, saltó la ligustrina y corrió al desconocido, que al verla desapareció en un segundo. Puede dar tanto amor como temor. Creo que esa es la virtud de los perros: detectan instintivamente la bondad o la maldad.
Le gustan los chicos; durante la temporada acostumbra entrar a los hoteles, para jugar en la pileta con ellos.Acostumbra entrar a nuestra casa saltando por la ligustrina, pero su pancita prominente aveces le dificultaba el salto por lo cual, una noche la acompañé a la casa por la calle; cuando vuelvo a mi casa, la encuentro sentada en el pasto esperándome: fue como para morirme de amor.
Ella es el ejemplo de la lealtad en los perros. Contó su dueño, que vive en la casa de al lado, que una vez alguien trato de acercarse al auto de un turista que estaba ocupando la casita que usualmente alquilamos nosotros; ella apenas escuchó el ruido, saltó la ligustrina y corrió al desconocido, que al verla desapareció en un segundo. Puede dar tanto amor como temor. Creo que esa es la virtud de los perros: detectan instintivamente la bondad o la maldad.
Espero que esté bien; tengo muchas ganas de verla.
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